Arquitectura y vida colectiva

Todavía la arquitectura importa. Importa porque no hay sociedad sin el espacio que organiza su vida, sin el refugio que protege, sin la plaza que reúne. La arquitectura no es un objeto que se exhibe en vitrinas ni un lujo reservado a la contemplación estética; es un compromiso con la manera en que vivimos y con la forma en que deseamos vivir. Cada muro levantado, cada calle abierta, cada ventana orientada decide, silenciosa pero contundentemente, cómo se desarrolla nuestra existencia colectiva.

El arquitecto, lejos de ser un estilista de superficies, es un mediador entre las aspiraciones de la sociedad y la materialidad del territorio. La vivienda, el espacio público y los equipamientos son más que programas funcionales: son escenarios de dignidad. La arquitectura debe estar al servicio de lo común, no como concesión paternalista, sino como convicción ética. Una sociedad que no construye arquitectura para todos, construye desigualdad en su forma más concreta: en los techos que faltan, en los barrios que se fragmentan, en los paisajes urbanos que expulsan a los más vulnerables.

La modernidad nos enseñó que podíamos proyectar el futuro, pero también nos dejó la lección de que la importación acrítica de modelos foráneos puede vaciar de sentido a las ciudades. La arquitectura moderna solo tiene vigencia si se transforma en un lenguaje situado, atento al clima, a las costumbres, a los modos de habitar. Ser moderno no es repetir un estilo, sino mantener la voluntad de transformar el presente con inteligencia, con austeridad y con belleza. Todavía la arquitectura moderna está viva si se libera del dogma y se reencuentra con lo real.

Memoria y resistencia

Cada edificio que se levanta se convierte en memoria. No hay arquitectura inocente: toda obra habla, toda obra deja huellas. Las ciudades son palimpsestos donde conviven proyectos inacabados, restos de sueños colectivos y heridas de exclusión. La arquitectura es testimonio de esos procesos, a veces como emblema de modernización, a veces como símbolo de resistencia.

Olvidar esta condición cultural es condenar a la disciplina a la banalidad del espectáculo. La arquitectura no puede reducirse a un gesto instantáneo ni a una imagen de revista. Debe ser pensada para durar, para dialogar con la historia, para sostener la vida más allá de la inmediatez del mercado. Diseñar es tomar partido por un tiempo largo, es aceptar que las formas que hoy trazamos seguirán habitadas por otros cuando ya no estemos.

En este sentido, la arquitectura es resistencia. Resistencia frente a la mercantilización del espacio, frente a la ciudad convertida en mercancía, frente a la tentación de confundir modernidad con moda. Resistir significa defender la arquitectura como disciplina cultural, como herramienta de emancipación y como memoria tangible de lo que somos.

Vigencia y futuro del arte de ser arquitec@.

Muchos dicen que la arquitectura ha perdido relevancia en un mundo dominado por la velocidad tecnológica, por el urbanismo salvaje del capital, por la lógica inmobiliaria que mide el espacio en metros de rentabilidad. Pero precisamente por eso la arquitectura es hoy más necesaria que nunca. Mientras haya desigualdad urbana, mientras existan periferias olvidadas y centros saturados, mientras la ciudad esté marcada por la fragmentación, habrá una urgencia que solo la arquitectura puede atender: la de devolver coherencia y dignidad al habitar.

La arquitectura no desaparece porque su materia es la misma de siempre: el espacio humano. Puede transformarse la técnica, pueden multiplicarse las herramientas digitales, pero lo esencial permanece. Lo que se discute no es si necesitamos arquitectos, sino si estamos dispuestos a asumir el compromiso de pensar en común cómo queremos habitar. Recordar que la arquitectura sigue viva porque sigue siendo indispensable.

Todavía la arquitectura es una afirmación y un llamado. Una afirmación de vigencia y un llamado a la responsabilidad. El arquitecto no puede conformarse con ser un ejecutor pasivo de encargos: debe ser un intérprete crítico de su tiempo y un constructor de futuro. La disciplina se mantiene joven porque todavía tiene una misión pendiente: reconciliar modernidad y memoria, técnica y cultura, ciudad y ciudadanía.

Todavía hay vidas que dignificar, todavía hay ciudades que recomponer, todavía hay sociedades que merecen un horizonte más justo. Mientras exista esa tarea, existirá la arquitectura.

MSc. Arq. Carlos Muñiz.

Fuente: Texto en base a los postulados de «Todavia la Arquitectura» de Enrique Ciriani

Fuente: Imagenes del libro»Todavia la Arquitectura» de Enrique Ciriani

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